Buenos días,
Escribo este post desde el tren bala en dirección a Kyoto, donde pasaré unos días antes de seguir hacia Osaka. El cielo está despejado y en el trayecto hemos podido ver la cumbre nevada del Monte Fuji.
Mientras me relajo viendo el paisaje, he recordado un guion que preparé el otro día para la radio sobre los escritores más prolíficos del mundo.
En España el autor vivo con más obra es Sierra i Fabra, que se acerca a los 500 títulos, que son los que escribió Isaac Asimov a lo largo de su vida, algunos de ellos verdaderos clásicos.
260 títulos tiene Stephen King —60 son novelas—, y Alexandre Dumas escribió 270 obras, lo cual tiene un mérito especial en una época en la que no existía el ordenador y ni la máquina de escribir, que se empezaría a fabricar dos años después de fallecer el autor de Los Tres Mosqueteros.
En cualquier caso, el verdadero récord por lo que respecta a productividad literaria lo tiene justamente un japonés establecido en Brasil, Ryoki Inoue, que a los 62 años ya había publicado 1.072 novelas, a un ritmo frenético de seis obras al mes.
Además de tener 40 pseudónimos, de él se dice que ha llegado a escribir tres novelas de amor en un solo día, y que se ve obligado cambiar el teclado varias veces al mes porque los «quema».
Intrigado por su método de trabajo, el periodista norteamericano Matt Moffett quiso presenciar en vivo cómo trabaja para el Wall Street Journal. En su artículo dio fe de que la novela Secuestro Fast Food había sido empezada a las 23:30 y terminada, cuatro horas y media después, a las 4 de la madrugada.
Aunque se trate de una novela corta, por fuerza la velocidad de los dedos de Inoue tiene que ser prodigiosa.
Comparado con estos autores, no me siento tan prolífico como mucha gente cree. Más de un escritor me ha dicho «publicas mucho» con un tono desdeñoso, como si la abundancia en la creatividad fuera un defecto.
Por esta misma razón, salvando las distancias, habría que devaluar a Mozart por haber compuesto 621 obras (entre ellas 68 sinfonías), habiendo muerto a los 35, o que Picasso diera luz a 13.500 pinturas y dibujos a lo largo de su vida, esculturas y cerámica aparte.
Tal como reza la regla de las 10.000 horas de Gladwell, hacer algo de forma intensiva es lo que te permite llegar a la excelencia o, como mínimo, explorar los infinitos universos que toda persona lleva en su interior.
Volviendo a mi humilde persona, cuando me hacen la pregunta tópica: «pero, ¿cuántos libros tienes?» siempre respondo con sinceridad que no lo sé. Dicen que el buen bebedor no cuenta las copas que toma, y yo llevo años esperando renovar mi página web (el milagro se producirá en breve gracias al genio de una amiga) para contarlas.
De hecho, yo nunca considero mis obras en conjunto sino por géneros, ya que hay un «yo» distinto en cada uno de ellos.
Dejando fuera los thrillers que escribí muchos años atrás, mis novelas en solitario —lo más personal de mi obra— hasta ahora han sido seis: Barcelona Blues, amor en minúscula, Ojalá estuvieras aquí, Wabi-Sabi, La lección secreta (de hecho, es un cuento largo) y Un rayo de esperanza. La que verá la luz milagrosamente el 4 de junio será la séptima.
Para cerrar el tema con el que he empezado, recuerdo haber pasado muchos domingos de mi infancia acompañando a mi padre en el mercado de libros de San Antonio. Entre otras cosas, aquel oficinista tímido y autodidacta buscaba completar la colección de su adorado Simenon, autor de 192 novelas con su nombre y 30 más bajo pseudónimo.
Aunque al final de este 2019 habré publicado cuatro libros (Ichigo-ichie y la novela secreta, además de una juvenil y otra infantil en otoño), jamás podré acercarme a estos campeones de la escritura.
De hecho, en unos años considero la posibilidad de dejar de escribir, fuera de textos totalmente personales, para dedicarme a leer lo que han escrito otros y, sobre todo, prestar atención a lo que nos relata la vida con cada paso. Como decía Neruda: «Libro, cuando te cierro abro la vida».
¡Feliz semana!
Francesc