Dejar de hacer

Buenas tardes,

En el libro práctico que escribí en 2017 junto a mi «bro» japonés Héctor García, EL MÉTODO IKIGAI, hablamos de las tres preguntas que plantea Phil Daniels, profesor de psicología de la Brigham Young University, para avanzar en tu vida:

1 ¿Qué debería de DEJAR de hacer?

2 ¿Qué debería SEGUIR haciendo?

3 ¿Qué debería COMENZAR a hacer?

A día de hoy, la primera me parece la más importante de las tres. Al menos en mi vida. A lo largo de este medio siglo he empezado un montón cosas y he seguido haciendo bastantes de ellas, pero me doy cuenta de que solo lograré cambios significativos si DEJO DE.

En mi caso, mi caballo de batalla siempre ha estado en el ámbito del dinero y del tiempo, que es bien sabido que están estrechamente relacionados.

Jamás he prestado atención al dinero, y eso me ha traído toda clase de problemas ya que, como afirma Cristina Benito en Money Mindfulness, aquello que desprecias se vuelve contra ti.

Vivir como si el dinero no existiera ha hecho que prestara dinero que no me podían devolver o que invitara a cenas de precio astronómico, entre muchos otros actos irreflexivos.

Vivir como si el tiempo no existiera me ha hecho dedicar gran parte de mi vida a promocionar a otros artistas, lo cual es un propósito noble, pero si te pasas tres pueblos dejas de tener vida propia y, además, puedes acabar en la ruina.

Concretaré esto último de forma extensa, porque la historia es curiosa y arranca de hace tiempo, antes de cumplir los treinta.

Por aquel entonces, mi vida me parecía muy aburrida y previsible. Fuera del trabajo, las conversaciones y actividades con los amigos eran una pura repetición. Beber sin ton ni son en un bar, mirar el fútbol, ir a ver lo que echaban en el cine, etc.

Influido quizás por las novelas que me gustaban, como le sucede al Quijote o a Madame Bovary, no era esa la vida que yo había soñado. Y la lectura de la que acabaría siendo mi novela favorita, El Mago, me acabó de dar la clave: si el mundo en el que vives no te gusta, tendrás que crear uno a tu medida.

Dicho y hecho, en mi primer piso de alquiler, que era minúsculo pero tenía un piano, empecé a crear aquello que había soñado vivir. Montaba fiestas de música y poesía, cursos de budismo y conciertos alternativos.

Al trasladarme a un piso más grande, en el barrio de Gràcia, mi vocación de mecenas y de promotor de eventos alternativos se amplificó. Organizaba cada semana shows como La noche de Alan Poe, en la que un actor leía y, tras producirse un apagón, reaparecía dentro de un armario y luego estaba aparentemente muerto en medio del salón.

En una de esas fiestas artísticas llegaron a venir 100 invitados (a algunos ni los conocía) en un piso de 55 metros cuadrados, lo cual puso en peligro el edificio entero.

Por aquella época también empecé a lanzar autores. Pagaba de mi bolsillo la edición de obras de poesía, o contrataba a músicos para atraer gente a presentaciones literarias que no fueran un muermo.

Con el dinero de un premio, compré un piso que luego acabé vendiendo para pagar deudas. Se trataba de un ático de 30 metros cuadrados en un cuarto piso sin ascensor, y allí nacería oficialmente LA HUEVERA.

Dado que era un apartamento demasiado pequeño para vivir, seguí en mi piso de alquiler y convertí esta inversión ruinosa en una sala underground —aunque estuviera en el ático— para que debutaran artistas que no tenían oportunidades en el circuito oficial. Solo cabían 12 espectadores, de ahí el nombre de la sala.

Allí debutó Sonia Fernández-Vidal con su primera charla sobre física cuántica, se presentaron libros con música en directo y hubo conciertos que acabaron con denuncias de los vecinos.

LA HUEVERA se trasladó entonces a mi piso de alquiler, donde estos shows —normalmente en domingo tarde— se prolongaron más de diez años. Hubo sesiones de hipnosis colectiva, sesiones de música electrónica, estrenos de documentales y fiestas temáticas.

Al morir el propietario del edificio, todos los vecinos —bellísimas personas que jamás se quejaron— fuimos expulsados tras concluir los contratos.

Entonces LA HUEVERA se trasladó a su cuarta y última sede: una casita en el centro de Gràcia de alquiler muy elevado. Entre semana la compartía con amigos terapeutas que tenían allí su consulta, y ayudaban a pagar parte del alquiler, y los domingos empecé a programar espectáculos de nivel muy alto.

En lugar de doce espectadores, ya cabían tres docenas, así que empecé a cobrar entrada para que los músicos y ponentes pudieran ser remunerados dignamente por su trabajo. Reservaba algo para pagar las bebidas —en los espectáculos había siempre barra libre— pero, al final de cada mes, acababa pagando medio alquiler de aquella casa de mi bolsillo.

Desde el primer momento, supe que aquel proyecto jamás daría dinero, solo gastos, pero me entusiasmaba ver la sala llena, hacer realidad el sueño que había tenido veinte años atrás.

Sin embargo, pasada la novedad, al cabo de los meses el público fue siendo cada vez más escaso. En mi imaginación, los artistas que actuaban acudirían a ver a otros artistas, creándose una burbuja de creatividad en las que unos apoyarían a otros. En la práctica, eso sucedía muy raramente.

La mayoría querían ser vistos y escuchados, pero luego no iban ni a los conciertos de sus amigos. Un grupito heroico de espectadores siguió viniendo a dar apoyo, pero muchas veces tuve que conseguir el público a punta de pistola para que el artista no se decepcionara al encontrar una sala vacía. A menudo pagaba yo la mitad de las entradas para que el ponente o la banda se fueran contentos.

Seguí con todo esto, porque incluso los sueños tienen su inercia, hasta que por fin di cuenta de que me estaba agotando mis reservas de dinero y de tiempo para mantener algo que tal vez solo me interesaba a mí y cuatro más.

Era momento de DEJAR DE, así que informé a la amable dueña que le devolvía la casa, lo cual sucederá a final de este mes, y abandono por fin mi rol de mecenas y de dinamizador artístico.

Tal vez así deje de vivir a salto de mata, trabajando doce horas al día para mantener esa burbuja bohemia, levantando castillos en el aire para al final no tener nunca nada.

Esta es mi historia, conocida de sobras por los amigos cercanos, pero he querido compartirla como ejemplo de cómo a veces nos cargamos de obligaciones —por muy bellas que sean— que hipotecan nuestra existencia. ¡Disculpad que haya sido tan larga!

¿Y tú? Probablemente no tienes una historia tan complicada, pero… ¿Qué deberías DEJAR DE hacer para mejorar tu vida?

¡Feliz semana!

Francesc

PD. Hacia las 19:15 de este lunes podréis ver en mis redes sociales el booktrailer de LA BIBLIOTECA DE LA LUNA.

Leave A Comment

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies