Buenas tardes,
Casi todo el mundo sueña con el éxito, pero pocas personas son conscientes de que no hay una relación directa entre triunfar en su carrera y la felicidad. Al contrario, muchas veces la insatisfacción y el agobio es proporcional al éxito conseguido.
Prueba de ello son los famosos de verdad —la fama de un escritor siempre es discreta y relativa—, muchos de los cuales sufren ansiedad, depresión y adicciones. Y a menudo no se debe al acoso de los fans, sino a la propia dureza e inhumanidad del medio en el que se mueven.
Cuando llevas una vida humilde, las relaciones que se establecen son reales y cercanas. Eres visto y tratado como ser humano. Las complicaciones que surgen son sencillas, porque también tratas con un número reducido de personas.
Con el éxito, se multiplican los compromisos y los vínculos por interés, a la vez que se difumina tu condición de persona. Esto lo explica muy bien mi amigo Álex Rovira, al recordar el aluvión de peticiones de todo tipo que le cayó encima como un alud tras La buena suerte.
Me explicaba de forma muy gráfica que llegó a sentirse presa de la matanza del cerdo, ya que todo el mundo reclamaba algo de él: unos querían el morro, otros la papada, un tercero la oreja… así hasta quedar desprovisto de todo su tiempo y energía, vacío de sí mismo.
Creo que esta imagen se ajusta a lo que siente mucha gente que ha «triunfado» en su profesión. Aparentemente son privilegiados que han llegado hasta donde miles de personas aspiran, pero el precio que pagan por ello es muy alto.
Yo mismo recuerdo haber sido mucho más feliz que ahora en épocas donde mi vida era mucho más sencilla. Lo pasé en grande como camarero de un viejo bar del barrio Gótico, trabajando con amigos que aún hoy me acompañan, y luego viví muy bellas experiencias como profesor de idiomas. Era menos que mileurista, pero tenía todo el tiempo y serenidad del mundo, además de relaciones llenas de cariño.
Tomaba cada tarde un tren en dirección a la costa del Maresme, donde estaba la escuela irlandesa donde yo trabajaba. En el trayecto, me deleitaba mirando el mar y leía novelas, algo que hoy apenas puedo hacer. Luego disfrutaba con mi pequeño grupo de alumnos, a los que en verano me llevaba a Alemania para que vivieran el idioma desde dentro.
Los viernes, al terminar la semana, los profesores nos íbamos a un pub del pueblo donde charlábamos hasta la madrugada. Jefes, compañeros y alumnos me trataban como un hermano, y era maravilloso ese sentimiento.
Mi vida actual, que vista desde fuera puede parece muy exitosa, no tiene nada que ver con aquellos días tranquilos y llenos de humanidad. Por eso, si quien me lee siente que lleva una existencia así de sencilla, tiene toda mi admiración.
La felicidad no tiene nada que ver con números de ventas, popularidad, prestigio, ni nada parecido. Es algo tan sencillo como tener la oportunidad de amar y ser amado por quien humanamente eres, no por lo que hayas conseguido o vayas a conseguir.
¡Feliz semana!
Francesc